jueves, 27 de septiembre de 2007

Brutal como el rasgar de un fósforo

Por Rubén Darío Buitrón

Tenía 32 años cuando se esfumó detrás de la noche. Hacían tres meses de que salió de la cárcel. Pasó un año allí, privado de su libertad por un juez paranoico que no encontró pruebas para inculparlo pero aplazó la absolución quizás con el afán de no enojar a los más altos estrategas del miedo colectivo.
Era intenso. Vital. Profundo. Capaz de cuestionar radical y directamente no solo a la sociedad, no solo al mundo, sino a su propia razón de ser.
Era mecánico de aviación. Hablaba un perfecto inglés. Viajó mucho. En Israel se enamoró. En Estados Unidos entendió que la brecha era profunda entre una nación y otras muchas.
Admiraba a Police, a Sting, a Roque Dalton. Llevaba decenas de cuadernos con letras de canciones. Con poemas. Con citas. Con reflexiones. Con borradores de capítulos. Con proyectos de novelas. Con relatos como dardos venenosos al centro del conformismo, de la abulia, de la mediocridad, de la resignación, del desamor.
Vivía solo en un cuarto, rodeado de distintas soledades: sus compañeros del taller de literatura que no entendimos cómo su narrativa era un espejo del futuro, la amiga que nunca se enteró que él la amaba, los colegas que lo querían mucho pero jamás comprendieron la dimensión de sus ideales.
Dos años antes de que la madrugada no dejara rastro de él, en Ecuador había terminado el gobierno de León Febres Cordero. El país ingenuo creyó que había terminado la larga batalla entre los guerreros ingenuos y los soldados obsecuentes. Que el régimen de Rodrigo Borja sería distinto. Que la paz retomaría su camino. Que se acabarían los asaltos a bancos, los secuestros, la infértil militancia armada, las desapariciones, la tortura, la cárcel, los exilios.
Pero todo siguió intacto: el miedo, la incertidumbre, la cacería, la clandestinidad, los resentimientos, los remordimientos, el deseo de venganza.
Alcanzó a publicar un libro que tituló Brutal como el rasgar de un fósforo y que publicó el Municipio de Quito, pero se perdió en las telarañas de una bodega burocrática.
No obstante, Brutal como el rasgar de un fósforo no fue solo eso: su título, semejante a un deja vú, resultó premonitorio: un simple chasquido de dedos fue suficiente para la ausencia definitiva, una orden rápida y burda bastó para arrancar a la vida un corazón, una instantánea ceguera sirvió para no ver la más absurda estupidez.
Amó con pasión la vida y esa intensidad la legó a su madre Clorinda. Tímida, desconcertada, agredida brutalmente en su más recóndita esencia, con sus ojos resecos recorrió morgues, hospitales, cárceles y oficinas militares y policiales y un miércoles al mediodía llegó a la Plaza Grande para unirse a los Restrepo en una lucha que 17 años después no termina.
Ningún rastro. Ninguna huella. Ningún indicio. El caso de Gustavo Garzón -monstrito tierno, hermano de páramos y jazz- no puede seguir como el crimen perfecto que avergüenza desde el silencio. Es hora de que el país conozca quién tendió sobre Gustavo un pesado manto y se lo llevó para siempre en medio de la noche dolorosa.


Rubén Darío BuitrónLea, comente, debata en:Los medios en el medio
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