Narrador y crítico literario. Perteneció al Taller de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana coordinado por el novelista Miguel Donoso Pareja. Fundador del colectivo La Mosca Zumba, en cuya revista publicó varios textos. Artículos de crítica dio a conocer en el suplemento La liebre ilustrada de diario El Comercio. Desapareció después de haber sido sobreseído y excarcelado por una supuesta tenencia ilegal de armas y haber militado en un grupo político clandestino. Hasta la fecha se tiene indicios de su paradero. Garzón, al decir de Donoso Pareja, es un "excelente escritor".
BIBLIOGRAFÍA
Cuento: Brutal como el rasgar de un fósforo (Quito, 1991); Del virus humano y su circunstancia (Guayaquil, 1992). Ensayo: Coplas populares del Azuay (Quito, 1987). Consta en las antologías: Paralelo cero, narrativa joven del Ecuador (México, 1982); Nueva narrativa ecuatoriana (Revista Hispamérica, Gaithersburg); Libro de posta (Quito, 1983); Quito: del arrabal a la paradoja (Quito, 1985).
jueves, 27 de septiembre de 2007
II ENCUENTRO NACIONAL DE TALLERES, GRUPOS LITERARIOS Y ESCRITORES JOVENES “GUSTAVO GARZÓN”
PROXIMAMENTE
CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA
QUITO ECUADOR
OBJETIVOS GENERAL
Propiciar el encuentro entre los diferentes grupos dedicados a la creación literaria dentro de nuestro país, para generar interrelaciones entre sus integrantes a través de la participación conjunta en las distintas actividades a realizarse durante el encuentro.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
Compartir las experiencias que cada grupo pueda aportar al resto, para mejorar el funcionamiento de los talleres y comprender la evolución que sigue la nueva literatura en los distintos rincones del país, a través de conversatorios, diálogos y debates o de los mismos contactos amistosos que se entablen durante el evento.
Fomentar la integración y el encuentro de los jóvenes escritores, para formar una comunidad literaria que si bien no puede compartir los mismos principios, al menos permita el conocimiento y el respeto por las diversas maneras de expresión que manejan los distintos grupos del país.
Difundir hacia otras zonas del Ecuador las actividades que cada taller realiza en sus entornos locales, para generar procesos conjuntos o complementarios que permitan ampliar las iniciativas de cada grupo.
JUSTIFICACIÓN
Los talleres literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión se han vuelto una tradición a partir de los años 80’, cuando se iniciaron con los trabajos dirigidos por Miguel Donoso Pareja. De estos talleres formaron parte varios de los que ahora son importantes escritores ecuatorianos. Alfredo Pérez, Abdón Ubidia y Raúl Vallejo, en sus libros..., Referentes y Cuento Ecuatoriano de Finales del Siglo XX, respectivamente, coinciden en afirmar que los talleres literarios muchas veces han sido erróneamente vistos como fábricas de escritores, y peor aún, de estrellas literarias, olvidando que los talleres son espacios donde se vive y comparte la literatura de manera libre, sin aspiraciones presuntuosas, donde cada participante intenta aprender y comprender lo que viene de sus compañeros y de cada coordinador. Por otro lado, la complejidad de la sociedad actual, el individualismo, las limitaciones económicas, la ideología del mercado instaurada en el mundo literario y editorial, así como el poco interés que generalmente se le otorga al ámbito del arte y la literatura, son algunas razones, de entre muchas otras, para que los talleres literarios hayan tenido y continúen teniendo una gran acogida, pues permiten el contacto, las interrelaciones y la formación de grupos de creación literaria que hacen frente a todos estos constreñimientos, con más opciones de superarlos, de las que tuvieran si cada miembro de cada grupo lo intentase individualmente. Siendo esta una actividad solidaria y de participación, se vuelve imprescindible propiciar un encuentro de afines. Sólo a través del contacto y la experiencia, se puede esperar un avance y una renovación conjunta de estilos y temáticas en la literatura ecuatoriana. El primer encuentro llevado a cabo durante la última semana de abril del 2006, en la ciudad de Riobamba, dejó grandes expectativas y lecciones para cada uno de los participantes, así como las experiencias de nuevas relaciones entre talleristas de diferentes ciudades del país, además del compromiso de no dejar en el olvido una actividad de este tipo. Intentando favorecer nuevos contactos, fortalecer los ya logrados y sobre todo, tratando de no dejar en el olvido lo conseguido hasta el momento en este constante proceso de integración, se pretende llevar a cabo el segundo encuentro de grupos y talleres literarios del Ecuador, aún a costa de las limitaciones económicas, temporales, logísticas y espaciales con las que seguramente se encontrará el evento.
CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA
QUITO ECUADOR
OBJETIVOS GENERAL
Propiciar el encuentro entre los diferentes grupos dedicados a la creación literaria dentro de nuestro país, para generar interrelaciones entre sus integrantes a través de la participación conjunta en las distintas actividades a realizarse durante el encuentro.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
Compartir las experiencias que cada grupo pueda aportar al resto, para mejorar el funcionamiento de los talleres y comprender la evolución que sigue la nueva literatura en los distintos rincones del país, a través de conversatorios, diálogos y debates o de los mismos contactos amistosos que se entablen durante el evento.
Fomentar la integración y el encuentro de los jóvenes escritores, para formar una comunidad literaria que si bien no puede compartir los mismos principios, al menos permita el conocimiento y el respeto por las diversas maneras de expresión que manejan los distintos grupos del país.
Difundir hacia otras zonas del Ecuador las actividades que cada taller realiza en sus entornos locales, para generar procesos conjuntos o complementarios que permitan ampliar las iniciativas de cada grupo.
JUSTIFICACIÓN
Los talleres literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión se han vuelto una tradición a partir de los años 80’, cuando se iniciaron con los trabajos dirigidos por Miguel Donoso Pareja. De estos talleres formaron parte varios de los que ahora son importantes escritores ecuatorianos. Alfredo Pérez, Abdón Ubidia y Raúl Vallejo, en sus libros..., Referentes y Cuento Ecuatoriano de Finales del Siglo XX, respectivamente, coinciden en afirmar que los talleres literarios muchas veces han sido erróneamente vistos como fábricas de escritores, y peor aún, de estrellas literarias, olvidando que los talleres son espacios donde se vive y comparte la literatura de manera libre, sin aspiraciones presuntuosas, donde cada participante intenta aprender y comprender lo que viene de sus compañeros y de cada coordinador. Por otro lado, la complejidad de la sociedad actual, el individualismo, las limitaciones económicas, la ideología del mercado instaurada en el mundo literario y editorial, así como el poco interés que generalmente se le otorga al ámbito del arte y la literatura, son algunas razones, de entre muchas otras, para que los talleres literarios hayan tenido y continúen teniendo una gran acogida, pues permiten el contacto, las interrelaciones y la formación de grupos de creación literaria que hacen frente a todos estos constreñimientos, con más opciones de superarlos, de las que tuvieran si cada miembro de cada grupo lo intentase individualmente. Siendo esta una actividad solidaria y de participación, se vuelve imprescindible propiciar un encuentro de afines. Sólo a través del contacto y la experiencia, se puede esperar un avance y una renovación conjunta de estilos y temáticas en la literatura ecuatoriana. El primer encuentro llevado a cabo durante la última semana de abril del 2006, en la ciudad de Riobamba, dejó grandes expectativas y lecciones para cada uno de los participantes, así como las experiencias de nuevas relaciones entre talleristas de diferentes ciudades del país, además del compromiso de no dejar en el olvido una actividad de este tipo. Intentando favorecer nuevos contactos, fortalecer los ya logrados y sobre todo, tratando de no dejar en el olvido lo conseguido hasta el momento en este constante proceso de integración, se pretende llevar a cabo el segundo encuentro de grupos y talleres literarios del Ecuador, aún a costa de las limitaciones económicas, temporales, logísticas y espaciales con las que seguramente se encontrará el evento.
Brutal como el rasgar de un fósforo
Por Rubén Darío Buitrón
Tenía 32 años cuando se esfumó detrás de la noche. Hacían tres meses de que salió de la cárcel. Pasó un año allí, privado de su libertad por un juez paranoico que no encontró pruebas para inculparlo pero aplazó la absolución quizás con el afán de no enojar a los más altos estrategas del miedo colectivo.
Era intenso. Vital. Profundo. Capaz de cuestionar radical y directamente no solo a la sociedad, no solo al mundo, sino a su propia razón de ser.
Era mecánico de aviación. Hablaba un perfecto inglés. Viajó mucho. En Israel se enamoró. En Estados Unidos entendió que la brecha era profunda entre una nación y otras muchas.
Admiraba a Police, a Sting, a Roque Dalton. Llevaba decenas de cuadernos con letras de canciones. Con poemas. Con citas. Con reflexiones. Con borradores de capítulos. Con proyectos de novelas. Con relatos como dardos venenosos al centro del conformismo, de la abulia, de la mediocridad, de la resignación, del desamor.
Vivía solo en un cuarto, rodeado de distintas soledades: sus compañeros del taller de literatura que no entendimos cómo su narrativa era un espejo del futuro, la amiga que nunca se enteró que él la amaba, los colegas que lo querían mucho pero jamás comprendieron la dimensión de sus ideales.
Dos años antes de que la madrugada no dejara rastro de él, en Ecuador había terminado el gobierno de León Febres Cordero. El país ingenuo creyó que había terminado la larga batalla entre los guerreros ingenuos y los soldados obsecuentes. Que el régimen de Rodrigo Borja sería distinto. Que la paz retomaría su camino. Que se acabarían los asaltos a bancos, los secuestros, la infértil militancia armada, las desapariciones, la tortura, la cárcel, los exilios.
Pero todo siguió intacto: el miedo, la incertidumbre, la cacería, la clandestinidad, los resentimientos, los remordimientos, el deseo de venganza.
Alcanzó a publicar un libro que tituló Brutal como el rasgar de un fósforo y que publicó el Municipio de Quito, pero se perdió en las telarañas de una bodega burocrática.
No obstante, Brutal como el rasgar de un fósforo no fue solo eso: su título, semejante a un deja vú, resultó premonitorio: un simple chasquido de dedos fue suficiente para la ausencia definitiva, una orden rápida y burda bastó para arrancar a la vida un corazón, una instantánea ceguera sirvió para no ver la más absurda estupidez.
Amó con pasión la vida y esa intensidad la legó a su madre Clorinda. Tímida, desconcertada, agredida brutalmente en su más recóndita esencia, con sus ojos resecos recorrió morgues, hospitales, cárceles y oficinas militares y policiales y un miércoles al mediodía llegó a la Plaza Grande para unirse a los Restrepo en una lucha que 17 años después no termina.
Ningún rastro. Ninguna huella. Ningún indicio. El caso de Gustavo Garzón -monstrito tierno, hermano de páramos y jazz- no puede seguir como el crimen perfecto que avergüenza desde el silencio. Es hora de que el país conozca quién tendió sobre Gustavo un pesado manto y se lo llevó para siempre en medio de la noche dolorosa.
Rubén Darío BuitrónLea, comente, debata en:Los medios en el medio
rubendariobuitron.wordpress.com/
Tenía 32 años cuando se esfumó detrás de la noche. Hacían tres meses de que salió de la cárcel. Pasó un año allí, privado de su libertad por un juez paranoico que no encontró pruebas para inculparlo pero aplazó la absolución quizás con el afán de no enojar a los más altos estrategas del miedo colectivo.
Era intenso. Vital. Profundo. Capaz de cuestionar radical y directamente no solo a la sociedad, no solo al mundo, sino a su propia razón de ser.
Era mecánico de aviación. Hablaba un perfecto inglés. Viajó mucho. En Israel se enamoró. En Estados Unidos entendió que la brecha era profunda entre una nación y otras muchas.
Admiraba a Police, a Sting, a Roque Dalton. Llevaba decenas de cuadernos con letras de canciones. Con poemas. Con citas. Con reflexiones. Con borradores de capítulos. Con proyectos de novelas. Con relatos como dardos venenosos al centro del conformismo, de la abulia, de la mediocridad, de la resignación, del desamor.
Vivía solo en un cuarto, rodeado de distintas soledades: sus compañeros del taller de literatura que no entendimos cómo su narrativa era un espejo del futuro, la amiga que nunca se enteró que él la amaba, los colegas que lo querían mucho pero jamás comprendieron la dimensión de sus ideales.
Dos años antes de que la madrugada no dejara rastro de él, en Ecuador había terminado el gobierno de León Febres Cordero. El país ingenuo creyó que había terminado la larga batalla entre los guerreros ingenuos y los soldados obsecuentes. Que el régimen de Rodrigo Borja sería distinto. Que la paz retomaría su camino. Que se acabarían los asaltos a bancos, los secuestros, la infértil militancia armada, las desapariciones, la tortura, la cárcel, los exilios.
Pero todo siguió intacto: el miedo, la incertidumbre, la cacería, la clandestinidad, los resentimientos, los remordimientos, el deseo de venganza.
Alcanzó a publicar un libro que tituló Brutal como el rasgar de un fósforo y que publicó el Municipio de Quito, pero se perdió en las telarañas de una bodega burocrática.
No obstante, Brutal como el rasgar de un fósforo no fue solo eso: su título, semejante a un deja vú, resultó premonitorio: un simple chasquido de dedos fue suficiente para la ausencia definitiva, una orden rápida y burda bastó para arrancar a la vida un corazón, una instantánea ceguera sirvió para no ver la más absurda estupidez.
Amó con pasión la vida y esa intensidad la legó a su madre Clorinda. Tímida, desconcertada, agredida brutalmente en su más recóndita esencia, con sus ojos resecos recorrió morgues, hospitales, cárceles y oficinas militares y policiales y un miércoles al mediodía llegó a la Plaza Grande para unirse a los Restrepo en una lucha que 17 años después no termina.
Ningún rastro. Ninguna huella. Ningún indicio. El caso de Gustavo Garzón -monstrito tierno, hermano de páramos y jazz- no puede seguir como el crimen perfecto que avergüenza desde el silencio. Es hora de que el país conozca quién tendió sobre Gustavo un pesado manto y se lo llevó para siempre en medio de la noche dolorosa.
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